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¿Vuelta al Medievo?

Mercedes Sosa / Periodista en Latinoamérica de El Revolucionario Digital  |  16 de agosto de 2014 (20:59 h.)
medievo

Revisando noticias de aquí y de allá, se puede apreciar de qué manera se van alzando voces que se refieren a que la existencia de mercados  a nivel trasnacional, sin  regulación real, junto a la constatación de la presencia de  instituciones y organismos  públicos, privados o híbridos que dictan actos y normas relevantes desde la perspectiva global para el interés general, ponen en cuestión la esencia de la democracia y del Estado de Derecho. 

La superación de las barreras del Estado-nación para la toma de ciertas  decisiones está quebrando las bases de un sistema político basado en la participación ciudadana y en el principio de juridicidad.  El poder económico y financiero campa a su libre albedrío despreciando, en ocasiones, la existencia de reglas y de control. Piensan los ideólogos de la no regulación o de la mínima regulación, que la eficiencia económica desaparecería si la burocratizamos. Precisamos regulaciones globales para que el Derecho acompañe a las decisiones económicas y financieras globales, es menester pensar y diseñar un nuevo sistema político en el que, efectivamente, la ciudadanía a nivel global tenga el poder que le corresponde. Si hoy ciertas decisiones (a nivel global) no son controlables, el peligro de la corrupción es evidente, tampoco existe un poder judicial a nivel global, entonces tenemos que empezar a preocuparnos y diseñar un modelo democrático a nivel global, empezando por los espacios supranacionales, buscando que economía y derecho caminen en la misma dirección. 

A fuerza de ser sinceros, cuesta encontrar alguna razón lógica por la cual  debamos estar a estas alturas, solo tratando de entender el porqué de un mundo globalizado hasta el punto de hacer peligrar el estado de derecho de las naciones-estado, que contiene contradicciones (al menos aparentes) tan aberrantes, como las de liberalizar los mercados económicos y financieros sin ningún límite (especialmente la libre circulación de los capitales, que no responden a ningún ordenamiento ni regla que no sea la de la pura especulación, incluso en materias tan sensibles como las relacionadas con el alimento humano) y, en cambio, cerrar herméticamente las puertas a la libre circulación de la mano de obra, que por cierto sobra en cantidades alarmantes, que crecen constantemente en todo el mundo.

Particularmente preocupante es comprobar que los niveles de especulación, que en los ámbitos de los negocios no significa per se algo negativo sino normal, propio de la negociación para obtener una ventaja para sus actores, cuyo objetivo es el ánimo de lucro, de ganancia, se hayan degenerado tanto en pos de la libertad para hacer negocios, de modo que lo que nació como un negocio más, para ganar más, o para proteger lo ganado de circunstancias negativas, dentro de lo legal, se haya convertido con el tiempo en un Frankenstein difícil de controlar. Es el caso de los llamados paraísos fiscales que, a pesar de que teóricamente están siendo reconducidos por el G-20 y la OCDE, que han logrado establecer acuerdos para intercambiar información fiscal, eso se ha logrado por el momento en los menos importantes en cuanto a volúmenes de dinero que representan, porque los poderosos siguen tan campantes como antes, sólo que mejor maquillados.

La justificación de su existencia estuvo basada, sintéticamente, en la necesidad de algunos países pequeños y limitados en recursos económicos, que para generarlos tuvieron que convertirse en paraísos fiscales, dando ventajas a quienes quisieran dejar en sus instituciones sus fortunas (pequeñas o grandes) a cambio de liberarlos de la pesada carga que implican los impuestos que debieran tributar en sus respectivos países, garantizando la privacidad y el no quedar sujetos a pedidos de verificaciones por parte de sus autoridades. De la otra parte, se adujeron razones de inseguridad jurídica y alto riesgo de los países de donde provienen esas fortunas, que obligaban a sus titulares a elegir otros destinos fuera de su propio país para resguardar sus ahorros. Sin embargo, la reticencia de los capitalistas, dueños de grandes fortunas a ser limitados en sus acciones, porque los capitales son tan sensibles, que ante el mínimo intento de control se espantan y vuelan hacia otros destinos en busca de ambientes más favorables, hizo en el marco de la tan mentada globalización, que los países y sus autoridades de gobierno, con tal de no espantar inversiones supuestamente rentables, tolerasen la permanencia de corporaciones dándoles toda la libertad para manejarse dentro y fuera de sus países, al punto que se perdió el control y comenzaron los delitos con una impunidad que asusta. Por ejemplo: el caso de las multinacionales con presencia en varios países, cada uno de ellos con distintas reglas y distintos sistemas fiscales.  Operan efectuando ventas y compras entre subsidiarias de un mismo grupo económico. Para evadir el pago de impuestos en la jurisdicción en la que opera, una subsidiaria vende su producción exportable a menor precio que el de mercado a otra empresa del mismo grupo económico (o vinculada con ese grupo) localizada en otra jurisdicción más laxa en materia fiscal y regulatoria; por ejemplo, en un paraíso fiscal. El comprador basado en ese paraíso luego revende lo adquirido al precio, ahora sí, de mercado reteniendo para su grupo económico la ganancia extraordinaria originada en la evasión fiscal incurrida. Otro ejemplo es el uso del paraíso fiscal para lavar dinero proveniente de negocios espurios y volcarlo nuevamente al flujo del comercio internacional usando sociedades fantasmas. Son innumerables las formas en las que estos paraísos fiscales sirven de herramienta para el delito, con el dinero que muchas veces es fugado de los países donde se genera la riqueza, sin que quienes se ven beneficiados de sus recursos naturales y humanos cumplan con sus obligaciones fiscales, condenando a sus propios compatriotas a la pobreza muchas veces extrema.

Así las cosas, se puede concluir en que sí, es necesario tomar el toro por las astas y generar el marco regulatorio que ponga los límites, especialmente a los movimientos financieros que,  gracias a las nuevas tecnologías son hoy fáciles y rápidos, a un click de computadora, lo cual, parafraseando a Eduardo Galeano basta para desplumar países en pocos segundos, sin el riesgo de transportar valijas de aquí para allá. Sin embargo, no parece lo más adecuado que se deba ir hacia una regulación global y a una justicia global para poner freno a tanto delito y crimen financiero, puesto que con los espejitos de colores de la globalización es que hemos llegado al caos actual. Más bien parece que el camino es empoderar nuevamente a los países, o a las regiones que comparten un estilo de vida parecido, después de que han sido desapoderados de sus soberanías en pos de la libertad para hacer negocios en el marco de la globalización, que ha trastocado en el libertinaje para cometer todo tipo de delitos con la impunidad que da la falta de estados fuertes y soberanos para decidir los destinos de sus pueblos. Hacer lo contrario sería cumplir lo que el poderoso establishment mundial busca: sembrar el caos hasta el punto en que todos acabemos pidiendo y aceptando un gobierno único mundial… ¿Un gran feudo medieval? ¿Un nuevo oscurantismo? 

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