No hablan las carreteras, a vuelta de viaje,
con sus mantos de soledad a cada lado;
si las ganas de volver se han equivocado,
rezas para que apriete el gatillo un peaje.
Los domingos de resurrección y de ramos
se amenizan si la estampa bajo el fajín
se encargó el sábado noche de repartir
los primeros gintonics, los últimos gramos.
Colombia y México reparten las cenizas
del Gabo. Morir es despertar de la vida
y la vida, una mentira que se barniza.
Este Dios hereje –que no existe- recluta
los lujos de una cultura que se suicida,
dejando vivir al resto de hijos de puta.