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Rafael Narbona

1 de Mayo: La Derrota de la Clase Trabajadora

Colaborador del Periódico El Revolucionario Digital. Escritor y crítico literario.

Rafael Narbona | 02 de mayo de 2014

Me pregunto cuánto tardará la Audiencia Nacional en considerar que el 1 de mayo constituye una manifestación subversiva, que pone en peligro la democracia y el orden constitucional. Imagino que los magistrados que exculpan a torturadores e imputan a menores y amas de casa en paro, sueñan con el estado de excepción de otras épocas, cuando era posible suspender cualquier clase de garantía o derecho.

Las políticas de austeridad de la Troika no son directrices basadas en un criterio equivocado, sino medidas perfectamente delineadas para incrementar la tasa de ganancia del capital a costa de la precarización del empleo. Gracias a la crisis, la clase empresarial está materializando todas sus reivindicaciones: salarios miserables, jornadas laborales interminables y extenuantes, despido barato, destrucción de los derechos laborales, plusvalías abusivas, privatización de los servicios sociales, beneficios fiscales. El 1 de mayo ya no es una fiesta, sino la evidencia de una derrota.

La productividad ha crecido un 80’4% entre 1973 y 2011, pero los salarios solo se han incrementado un 4%, según el estudio publicado en 2012 por Lawrence Mishel y Kar-Fai Gee en la revista International Productivity Monitor. En Estados Unidos, los salarios son más bajos que en 1968. El salario mínimo interprofesional se ha fijado en 7.25 dólares. Según nos recuerda Vicenç Navarro, “en 1968 Martin Luther King, lideró la marcha de Washington, exigiendo un salario mínimo de 2 dólares por hora, lo cual, en dólares de hoy, serían 15.35 dólares”. No parece casual que los Estados Unidos y Gran Bretaña no celebren el 1 de mayo, pues ambos países –que se atribuyen un gobierno democrático- comparten la misma filosofía y consideran que la revuelta del 4 de mayo de 1886 en Chicago constituye un intolerable acto de sedición. El 1 de mayo de 1886 200.000 trabajadores se pusieron en huelga para exigir una jornada de ocho horas, de acuerdo con la llamada Ley Ingersonll promulgada por el Presidente Andrew Johnson. Dos días antes, The New York Times escribió: “Las huelgas para obligar al cumplimiento de las ocho horas pueden paralizar nuestra industria, disminuir el comercio y frenar la creciente prosperidad de nuestra nación, pero no lo conseguirán”. En Chicago, donde las condiciones de trabajo eran particularmente penosas, las movilizaciones se prolongaron los días siguientes. El 3 de mayo el anarquista August Spies hablaba frente a la fábrica de maquinaría agrícola McCormick, que mantenía su productividad gracias a los esquiroles, cuando la policía disparó a quemarropa contra una concentración de más de 50.000 trabajadores. Murieron seis personas y hubo centenares de heridos. El periodista Adolph Fischer imprimió 25.000 octavillas convocando una protesta para el día siguiente: “¡Al terror blanco responderemos con el terror rojo! Es preferible la muerte a la miseria. […] Tened coraje, esclavos. ¡Levantaos!”.

El alcalde Harrison autorizó la protesta en Haymarket Square, pero la policía reventó la concentración al poco de terminar. Un artefacto de origen desconocido explotó, acabando con la vida de un agente e hiriendo a otros. La policía abrió fuego contra la multitud, matando a un número indeterminado de obreros. Las autoridades declararon el estado de sitio y el toque de queda. Se detuvo a centenares de trabajadores y sindicalistas, que sufrieron terribles torturas en distintas comisarías. Se allanaron domicilios particulares y se falsificaron pruebas, inventando supuestos arsenales. La prensa exigió un castigo ejemplar. Después de una farsa judicial, se envió a prisión con largas condenas a tres falsos culpables y se ahorcó a otros cinco.

Adolph Fischer afirmó ante el tribunal: “No he cometido crimen alguno, pero si he de ser ahorcado por mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan de mi vida”. El resto de los condenados se expresó en términos semejantes. Michael Schwab se encaró con los jueces: “Lo que aquí se ha procesado es la anarquía y la anarquía es una doctrina opuesta a la fuerza bruta, al sistema de producción criminal y a la distribución injusta de la riqueza. Ustedes y solo ustedes son los agitadores y conspiradores”. August Vincent Theodore Spies no se mostró menos desafiante: “Honorable juez, mi defensa es su propia acusación, mis pretendidos crímenes son su historia”.

Albert Parsons reivindicó el anarquismo como alternativa a la opresión capitalista: “El principio fundamental de la anarquía es la abolición del salario y la sustitución del actual sistema industrial y autoritario por un sistema de libre cooperación universal. […] La sociedad actual solo vive por medio de la represión, y nosotros hemos aconsejado una revolución social de los trabajadores contra este sistema de fuerza. Si voy a ser ahorcado por mis ideas anarquistas, está bien: mátenme”. Louis Lingg, un carpintero de solo 22 años, se suicidó en su celda para evitar la horca, pero antes declaró: “Puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito bien fuerte: ¡soy anarquista! Los desprecio, desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad”.

Algunos nos recuerdan que el 1 de mayo no es una fecha de celebración, sino de reivindicación e incluso apuntan que nos hace falta un nuevo 2 de mayo, si bien la consecuencia podría ser que nos enviaran de nuevo a una versión actualizada de los Cien Mil Hijos de San Luis. Razones no faltan para una revuelta popular, pues desde que entró en vigor la reforma laboral se han perdido 1’2 millones puestos de trabajo y la última encuesta de la EPA revela que el presunto descenso del paro se debe a la disminución de la población activa, el efecto desánimo y la emigración. De hecho, el paro ha crecido. Desde el mes de diciembre, se han destruido 184.600 puestos de trabajo. La cifra de los seis millones solo ha retrocedió ligeramente (5.933.300) porque 424.500 personas ya no se encuentran en edad laboral. Por otro lado, ya hay 736.900 hogares sin ninguna clase de ingresos. Algunos nos preguntamos si el gran capital financiero no considera que sobran seres humanos, pues algunos individuos “no valen para nada”, como dijo hace poco Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios. La idea de que hay individuos prescindibles, innecesarios, molestos o inservibles, siempre ha servido de puente entre fascismo y capitalismo. De hecho, las grandes empresas alemanas se beneficiaron del trabajo esclavo del régimen nacionalsocialista: Bertelsmann, Pelikan, Siemens, BMW, Astra, AEG, Junker, Volkswagen, Daimler Benz (precursora de Mercedes Benz), IG Farben (precursora de Bayer), Krupp. Pelikan fabricaba la tinta indeleble para tatuar a los prisioneros de los campos de concentración, Volkswagen reforzó su plantilla con 11.000 prisioneros y en 1943 el 30% de los empleados de Siemens eran mano de obra esclava.

Thomas J. Watson, presidente de IBM, organizó el censo alemán en 1933, recopilando datos para identificar a los ciudadanos judíos. La información se empleó para llevar a cabo la Solución Final. Hilter premió sus servicios concediéndole la Cruz al Mérito del Águila germana, la segunda en importancia del Reich y la más alta distinción que podía otorgarse a un extranjero. Edwin Black, autor de IBM y el Holocausto (2001), demostró con documentos desclasificados que Thomas Watson autorizó la creación de una filial holandesa para trabajar conjuntamente con los nazis y poder utilizar las tarjetas perforadas (también llamadas tarjetas Hollerith) en la localización, deportación y eliminación de los judíos europeos. Las tarjetas perforadas son leídas por una máquina de tabulación que les asigna un código. IBM creó un código para los campos de exterminio y otro para los asesinatos en masa en las cámaras de gas. Algunas empresas han pedido perdón y han pagado indemnizaciones a los supervivientes. Otras, como IBM, se han inhibido de su responsabilidad, sin que ningún tribunal se encargara de imputarles crímenes contra la humanidad.

En la España de Franco, 400.000 prisioneros políticos trabajaron como esclavos para Dragados y Construcciones, Agromán, Renfe, Entrecanales, Banus Hermanos, los Ybarra, los Astilleros de Cádiz, Huarte, San Román, Duro Felguera y un largo etcétera. Nos lo recuerda Bonifacio Cañibano en “Lo que nuestras respetables empresas esconden” (Público, 30-04-2014): “¿Qué decir, por ejemplo de los Ybarra, los actuales accionistas mayoritarios de ABC, que cedieron a Queipo de Llano el “palacio del conde”, situado muy cerca de Sevilla, para que lo convirtiera en una cárcel de republicanos? ¿Cómo actuar ante esta familia, fascista de toda la vida, que cedió uno de sus barcos, el “Cabo Carvoeiro” y lo ancló en el Guadalquivir para que sirviera de cárcel flotante? Cientos de ciudadanos salieron de los oscuros camarotes de esta nave para ser fusilados en las tapias del cementerio de Sevilla. ¿Deberían de ser juzgados los Ybarra? ¿Cómo tendrían que indemnizar a sus víctimas?”.

El 1 de mayo coincide este año con una nueva oleada represiva lanzada por la Audiencia Nacional. Se acusa de “enaltecimiento del terrorismo” –una figura penal que no existe en la mayoría de los países democráticos- a los internautas que manifiestan su rabia e impotencia, a veces con cajas destempladas y expresiones moralmente reprobables. Me pregunto cuánto tiempo se tardará en criminalizar el concepto de revolución. Si continúan así las cosas, dentro de poco se considerará delito ser comunista o anarquista. La Historia de la Filosofía ya no es materia obligatoria en el último año de bachillerato. Imagino que Wert se frota las manos, pensando que los jóvenes ya no conocerán el pensamiento de Marx. ¿Por qué esta ofensiva policial y judicial en una época donde ya no existen grupos armados ni atentados? ETA y los GRAPO ya no representan ninguna amenaza. Ni siquiera se plantean el regreso a la lucha armada. Son organizaciones moribundas, que ya no interfieren en la vida pública. No creo que al gobierno de Mariano Rajoy le preocupen sus víctimas. Solo le preocupa captar votos entre los sectores más integristas de nuestra sociedad, los que no se avergüenzan de reivindicar el franquismo y disfrutan de barra libre en las redes sociales. Pilar Manjón, presidenta de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo, ha sido injuriada infinidad de veces en Twitter, Facebook y otras redes, pero la Audiencia Nacional ha rechazado sus querellas, mostrando una vergonzosa indiferencia hacia su sufrimiento. No soy abogado, pero ¿no se podría hablar de dolo o prevaricación? ¿Por qué esa diferencia de criterio? Está claro que se pretende enviar un mensaje a la sociedad: “Tú podrías ser el siguiente. Cállate y sé sumiso. Si no tienes dinero para comer o vivir bajo un techo, no protestes”.

Somos muchos los que ya vivimos con la inquietud de recibir una visita de la Guardia Civil a horas intempestivas. España empieza a parecerse a la Argentina de Videla o al Chile de Pinochet. Franco sigue acumulando triunfos, con la complicidad de un sector de la sociedad y de una clase política que actúa como el consejo de administración de las grandes empresas. En nuestro país, ya es posible tener trabajo y ser pobre. Trabajar doce y catorce horas y no llegar a mil euros. Crecen los suicidios, las enfermedades mentales, el hambre infantil, las familias sin hogar. La patronal pretende suprimir los contratos indefinidos, reducir al mínimo las ayudas a los parados, recortar el derecho de huelga, implantar el despido libre. Ahora descubrimos que la Transición fue una mentira colosal y que se confeccionó una democracia a medida del IBEX-35. Me gustaría que uno de los jueces de la Audiencia Nacional me explicara cuando procede el derecho de resistencia contra la tiranía, de acuerdo con lo establecido por el Preámbulo de la Declaración de Derechos Humanos. ¿Luchar contra el franquismo no constituyó un acto de resistencia? ¿Los maquis eran terroristas? En este clima de represión e indignidad, empiezo a mirar por la ventana, pensando que la Guardia Civil aparecerá en cualquier momento para detenerme, incautar mis libros –son mis únicas armas- y humillarme en presencia de mi familia. Nunca han tenido tanta vigencia los versos de García Lorca, asesinado por los abuelos y los padres de los que hoy nos gobiernan: “…la Guardia Civil / avanza sembrando hogueras / donde joven y desnuda / la imaginación se quema”. Si los jueces de la Audiencia Nacional leyeran poesía, tal vez se mirarían en el espejo y descubrirían que “tienen de plomo las calaveras”.

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